ORQUESTA MUNICIPAL
ARTE QUE CONVENCE, EUFORIA QUE INQUIETA
Una vez más la Orquesta Municipal, ha presentado su trabajo con las virtudes que ya se hacen rasgo constante en su desempeño musical: elección de un interesante programa, accesible a sus capacidades técnicas y que comparte la música clásica con la popular; interpretación limpia de la partitura con contenidos expresivos muy gratos que reflejan un trabajo muy profesional y la incorporación de elementos de mercadeo que sin dudas, provocan el interés de una gran cantidad de público, pero que inquieta a algunos.
El programa contenía en su primera parte: Danza de las Horas de Ponchielli, Divertimento en Fa Mayor de Mozart y la Obertura de EL Barbero de Sevilla de Rossini. Las tres piezas se escucharon interpretadas con propiedad técnica y trabajadas con cuidado, explorando las características del estilo de su época, al que se le añade el temperamento propio del director. Hay que destacar aquí el trabajo de Miguel Ángel Salazar que adapta las partituras originales que contienen muchos más instrumentos de los que por ahora dispone la Orquesta Municipal.
En la segunda parte se escuchó Oblivión de Piazzolla, Chovena Trinitaria, Mix de Mambos y Homenaje a la Música Mariachi. Si con la música clásica se disfruta de una grata experiencia, la música popular se enriquece y exalta en “manos” de estos talentosos y disciplinados jóvenes.
El panorama musical que ofrece la Orquesta Municipal goza de buena salud y sugiere magníficos pronósticos. Sólo hay que imaginar cuánto crecerán con el paso del tiempo, cuando accedan a su madurez artística. Todo hace suponer que en el futuro tendremos una orquesta estupenda, como nunca antes se vio en Bolivia, aunque nuestro país es una constante fuente de sorpresas que hace también previsible algún descalabro que dé al trasto con este emprendimiento que todavía no alcanza siquiera los tres años de vida. Ojalá no sea el caso y se extremen esfuerzos por mantener vivo el proyecto y sus fundamentos de calidad artística por mucho tiempo.
“Euforia”, la imagen del grupo, se debe a un plan de mercadeo, con novedades rimbombantes dirigidas a capturar a los jóvenes. Sin embargo, hay que afirmar con contundencia, que es preciso tener claros los límites que señalan una actividad eminentemente intelectual. El presentador invitado, no pudo compensar con buena voluntad, su ignorancia de la música que anunciaba y comentaba. Actuando con displicencia, usó el chiste fácil en lugar del humor inteligente y abundó con frasecillas complacientes prestadas de los animadores de farándula.
TRIMATE EN LORCA
No es la infusión tan conocida y consumida en Lorca y en todas partes.
Es una banda de rock llegada de Cochabamba.
El rock y su infinita gama de variantes se cultiva en Bolivia casi desde su nacimiento en Estados Unidos. En la década de los sesenta, la música juvenil difundida por las radios bolivianas, que eran el único medio, eran los boleros y alguna musiquilla pegajosa mexicana que más bien reflejaba el romanticismo de una generación que había superado los treinta años. Los “chicos” o como se dice con más propiedad bilingüe, los “teenagers” estábamos alejados del circuito de consumo. Nuestro lugar de expansión inocente era la calle y no teníamos un género musical que representara nuestro mundo emocional. De pronto, al influjo del éxito mundial que lograban figuras como la de Elvis Presley primero y poco después, Los Beatles, comenzamos a identificarnos con su música y nos incorporamos al protagonismo social luciendo largas melenas y ropas desaliñadas.
Aparecieron entonces las bandas criollas de las que nunca comprendí ni el inglés ni por qué tuvieran que cantarnos en esa lengua. Claro, su modelo era aquel, pero nadie comprendía las palabras, salvo alguno que hubiera visitado los “Esteits”. La mayoría debíamos conformarnos con disfrutar de la música solamente.
Escuchar a Gianfranco Soligno, César Rojas, Osmar Ballesteros y Ángelo Jové, los miembros de Trimate, con su sonido robusto y sin estridencias, sus letras en inglés que sigo sin entender y sus timbres vocales, nasales y contestatarios, evoca el pasado y seguramente representa al presente juvenil, aunque las cosas no hubieran cambiado mucho desde aquellos ya lejanos y entrañables años sesenta.